Frank Smythe y "el tercer hombre"
En 1933 el alpinista Frank Smythe formaba parte de la cuarta expedición británica con el objetivo de ser los primeros en alcanzar la cima del monte Everest. En la última etapa desde el Campamento Seis sólo Smythe y Shipton continuaban su camino hacia la cumbre pero debido a las condiciones meteorológicas adversas se vieron obligados a pasar más tiempo del previsto a 8350 metros dentro de los límites de lo que se conoce como la zona de la muerte3. Su deterioro físico era más que notable debido a la altitud, la escasa cantidad de oxígeno, la falta de sueño, la alimentación inadecuada, etc., y en palabras de Smythe “cualquier persona que nos hubiese visto salir del campamento habría opinado que tendríamos que estar en el hospital”. Shipton se retiró hacia los 8500 m continuando Smythe en solitario. Exhausto como se encontraba, con apenas fuerzas y en un estado similar al de un conductor ebrio tuvo que rendirse cuando sólo trescientos metros le separaban de la gloria, con lo que puede uno imaginarse el esfuerzo sobrehumano que requería avanzar en aquellas condiciones.
En sus propias palabras, “los últimos trescientos metros del monte Everest no son para simples personas de carne y hueso”. Desilusionado dio la vuelta y en el descenso se detuvo un momento a resguardo para un breve respiro y recuperar fuerzas. Toda la comida que llevaba encima era una simple barrita de dulce de menta Kendal, por lo que lo sacó del bolsillo y tras partirlo por la mitad se giró para ofrecerle un trozo a su compañero. Naturalmente al darse la vuelta no encontró a nadie. Lo que ocurría era que, desde que Shipton se hubo retirado, Smythe no dejó de tener la sensación de que le acompañaba una segunda persona. Esa sensación era tan intensa que borró cualquier indicio de desamparo que de lo contrario le habría invadido.
La seguridad y la fuerza que le dio esa presencia le acompañaron hasta que divisó el Campamento Seis, momento en que se rompió el vínculo con ella y, aunque Shipton y la tienda estaban a pocos metros de él, no pudo evitar sentir una gran sensación de soledad.
Smythe no buscó explicación para lo ocurrido y se limitó a decir que “las personas bajo estrés físico y mental experimentan cosas curiosas en las montañas”. Esa afirmación se ve respaldada por multitud de casos, ya que entre los alpinistas este tipo de experiencias parece ser bastante corriente. De hecho, en un estudio sobre treinta y tres alpinistas españoles se encontró que un tercio de ellos había experimentado episodios alucinatorios, siendo el tipo más común aquél relacionado con la sensación de un compañero imaginario detrás del alpinista. De acuerdo a la teoría de los múltiples disparadores, aquí entrarían en juego la altura, el frío, la hipoxia, el aislamiento, la monotonía y la soledad, como las causas más probables. Aún así, Greg Child opina que un alpinista experimentado ha pasado por tantos tipos de eventualidades que para cada sensación percibida es capaz de atribuirle una causa: hipoxia, deshidratación, fatiga, desequilibrio químico, etc., pero quienes han sentido un tercer hombre no son capaces de asociarlo a los síntomas de ninguno de esos factores. Para Child, el tercer hombre es mucho más real que una alucinación por un fallo del cerebro.
Otra situación en la que se es muy proclive a experimentar este fenómeno se da en alta mar, tanto en náufragos como en navegantes en solitario. Es evidente que la actitud en esas dos circunstancias no es la misma, ya que el que se embarca para realizar una larga travesía en solitario es consciente de lo que tiene por delante, mientras que en circunstancias normales al subirse a un barco nadie lo hace pensando en que va a ser víctima de un naufragio. De cualquier modo hay que diferenciar dos tipos de experiencias: por un lado estarían las de tercer hombre similares a las ya vistas, y por otro estarían las alucinaciones psicóticas. Son totalmente opuestas en cuanto a sus consecuencias ya que el tercer hombre proporciona apoyo y ayuda para superar la situación en que se esté, mientras que las otras alucinaciones tienen como resultado la desorientación y la posible tendencia homicida y/o suicida de quien la padece, ya que los delirios que se dan en alta mar suelen terminar con la muerte del afectado al ahogarse.
Esta distinción entre ambos tipos de experiencias no es en absoluto caprichosa ya que hay numerosas personas (sobre todo alpinistas como el ya mencionado Child) que han vivido las dos y diferencian claramente una de la otra, tanto en las sensaciones que generan como en la importancia en cuanto a su desenlace. Así mientras que una aumenta las probabilidades de sobrevivir, la otra es tremendamente auto-destructiva. Se desconoce qué es lo que hace que se manifieste uno u otro fenómeno, aunque los delirios psicóticos pueden tener su principal causa en la ingestión de agua salada que algunos náufragos toman para tratar de calmar la sed. En última instancia puede que simplemente dependa de la actitud y de las ganas de sobrevivir de quien se ve en esa desesperada situación.
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